BARCELONA -- El Barcelona, a la sombra de la selección de España que tiene en el 11 de julio la fecha más brillante de su historia (la conquista del Mundial de Sudáfrica), conmemora con menos pompa un título menor pero de indiscutible leyenda en sus libros que conquistó ese mismo día.
Fue mucho antes: en 1968. Una simple, se diría en estos tiempos, Copa del Rey que ganó venciendo en la final al Real Madrid en el Bernabéu. La Final de las botellas.
Se cumplían en aquel momento siete años desde la venta de Luis Suárez al Inter de Milán y el club se hallaba inmerso en su larga travesía del desierto.
Ya acumulaba ocho temporadas sin ganar la Liga y desde 1960 apenas había celebrado una Copa (1963) y una Copa de Ferias (1966) mientras el Madrid durante el mismo periodo había ganado siete títulos de Liga. Y aspiraba, como favorito unánime, a lograr el segundo doblete de su historia.
Conocida en aquel tiempo como Copa del Generalísimo (el general Franco era la cabeza visible de la dictadura), la competición encontró a los dos clubes en la final después de que el Barça remontara en la semifinal al Atlético de Madrid y el Real llegara a ella remontando consecutivamente (y no siempre sin polémica) a Sevilla, Real Zaragoza y Celta de Vigo.
Como era habitual la final se disputó en el Bernabéu y, de facto, el Madrid jugó con el factor del público a su favor, sin posibilidad de sortearse los vestuarios y dándole al equipo azulgrana una falsa consideración de local a nivel oficial.
Todo estaba preparado para el doblete... Hasta que en la portería del Barça se agigantó Salvador Sadurní después de que a los seis minutos un centro de Rifé lo rechazase al fondo de su propia portería Zunzunegui. De pronto ganaba el Barça, de pronto no podía el Madrid y, de repente, el césped del Bernabéu comenzó a verse inundado por una lluvia de botellas.
La policía, en pleno partido, las iba retirando mientras los jugadores azulgranas no se atrevían a acercarse al límite del campo y al acabar el partido, mientras el capitán del Barça, José Antonio Zaldúa, se dirigía a recoger el trofeo la propia policía tuvo que protegerlo de varios intentos de agresión.
"Qué desgracia, hemos perdido don Santiago”, escuchó en el palco el presidente del Barça a la esposa del ministro de Gobernación Camilo Alonso Vega, mientras el mandatario culé, Narcís de Carreras mantenía las formas hasta que la misma señora le felicitó "porque... el Barcelona es de España, ¿verdad?".
El Barça, cuya expedición fue recibida en Barcelona con indisimulada felicidad por sus aficionados, reclamó a la Federación Española de Futbol una sanción al Real Madrid por el lanzamiento masivo de objetos, pero el organismo desechó tal posibilidad por entender que el partido, oficialmente, se jugó en un campo neutral y que el Madrid, como club, no tenía nada que ver en los sucesos.
Lo único que provocó aquella final fue que el gobierno español, a través de una ley aprobada con urgencia, prohibiera a partir de entonces la venta de bebidas en botellas de vidrio en los estadios de toda España. Y, también, que el árbitro de la final, Antonio Rigo Sureda, tuviera que abandonar el Bernabéu escondido en un coche camuflado.
"Aquel día entendí qué significaba jugar en el Barça y qué podía pasar si le ganabas al Madrid en su casa una final”, relató tiempo después Zaldúa, uno de los héroes de aquella jornada, de la que se cumplen 55 años y que se mantiene en el imaginario de un club al que, lo que son las cosas, hoy una Copa del Rey le sabe tan a poco como a gloria le supo en aquella época.